Apocalipsis 6

 

La acción directa de esta parte del libro comienza ahora, de acuerdo con su carácter, con una serie de juicios. Apocalipsis 4 y 5 son, como hemos visto, preparatorios e introductorios; nos presentan la escena del cielo en relación con los acontecimientos que van a tener lugar en la tierra. El hombre puede separar la tierra del cielo; pero Dios, a pesar de la voluntad y de las malas energías del hombre, sigue teniendo en sus manos las riendas del gobierno, cualesquiera que sean los instrumentos que le plazca emplear. Tomando prestado el lenguaje: “Los caminos de Dios están entre bastidores; pero Él mueve todos los bastidores entre los que está”. Tenemos que aprender esto, y dejarle trabajar, y no pensar mucho en los movimientos ocupados del hombre; ellos cumplirán los de Dios. Los demás todos perecen y desaparecen. Sólo tenemos que hacer pacíficamente Su voluntad”.

Una ilustración sorprendente de esta verdad se encuentra en el primer versículo de nuestro capítulo. Juan dice: Y vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí, como el ruido de un trueno, a uno de los cuatro animales que decía: Ven [y mira].* Y vi, y he aquí un caballo blanco; y el que estaba sentado sobre él tenía un arco, y le fue dada una corona; y salió venciendo y para vencer”. (vv. 1, 2.) El punto importante a observar es que la salida del caballo blanco sobre la tierra es el resultado de que el Cordero haya abierto el sello en el cielo. El jinete podría estar actuando enteramente por su propia voluntad, pero aquí se nos permite ver la fuente de su actividad. Podría ignorarlo por completo, pero no por ello deja de ser el instrumento de la voluntad divina. El deseo de conquista podría ser su único motivo, como lo fue en el caso de Nabucodonosor en tiempos pasados; sólo Dios, en su infinita sabiduría, sabe cómo hacer que la ira del hombre lo alabe en el cumplimiento de sus propósitos.

*Hay considerables dudas en cuanto a la autenticidad de las palabras encerradas entre paréntesis – “y ver”, como también en los versículos 3, 5, 7. Si se aceptan, la dirección es manifiestamente a Juan; si se omiten, difícilmente lo serían, aunque en general pueden ser para llamar la atención sobre lo que sigue. Se han ofrecido varias interpretaciones, algunas de ellas muy extravagantes.

¿Quién es, pues, el jinete del caballo blanco? Antes de responder a esta pregunta, debe recordarse al lector que, de acuerdo con la interpretación dada sobre Apocalipsis 4, los acontecimientos aquí simbolizados son totalmente futuros. Hay quienes, faltando a la verdad de la iglesia y a la esperanza de la iglesia, consideran que esta Escritura ya se ha cumplido; y, habiendo escudriñado los registros del pasado, señalarán ciertos acontecimientos que, a su juicio, se corresponden con estos símbolos. Esto es convertir la profecía en historia, además de ignorar, como ya se ha notado, la triple división de este libro hecha por el Señor mismo. (Apoc. 1:19.) Es muy cierto que a menudo hay presagios del cumplimiento de una profecía, así como el primer Napoleón, revoloteando a través del escenario del mundo, fue por su energía y rapidez de conquista, una sombra indudable de la cabeza final del Imperio Romano, si no en verdad la séptima cabeza, de quien el ángel dijo: “Cuando él venga, debe permanecer un corto espacio” (Apoc. 17:10.). (Apoc. 17:10.) Pero es un error suponer que, porque se puedan detectar sorprendentes concordancias con lo predicho, se ha encontrado su completo cumplimiento. Necesitamos, por lo tanto, estar en guardia; y entonces, cuando comprendamos la estructura del libro, y que todo lo posterior a Apoc. 3 se refiere al futuro, nos guardaremos de conjeturas vanas, y podremos reverentemente proseguir nuestra investigación.

Volviendo, pues, a nuestra pregunta, debemos, para buscar la respuesta, prestar atención a los detalles que aquí se dan. Un caballo se usa a menudo en las Escrituras como símbolo del poder de Dios en su gobierno providencial (véase Zacarías 1:8-11); y el caballo blanco, por la analogía de Apocalipsis 19, parecería estar relacionado con el ejercicio de juicios victoriosos, con el poder omnímodo en la conquista. El jinete tiene un arco, que indica su carácter guerrero; y le fue dada una corona”. El significado de esta declaración será que este poderoso conquistador, utilizado como otros en épocas pasadas para la ejecución de los juicios de Dios sobre la tierra, no es un monarca cuando aparece por primera vez, sino uno que obtiene una corona por su energía, su estrategia o sus victorias. Los poderes que son ordenados por Dios, y por lo tanto, aunque este guerrero exitoso puede incluso apoderarse de su corona, sin embargo, se le da a él.‡ Por último, él sale conquistando y para conquistar; nadie, y nada, puede resistir su poder aparentemente irresistible, mientras marcha a través de la victoria a la victoria.

*Sostener, como han hecho algunos, que porque el Señor mismo sale del cielo en un caballo blanco (Ap. 19:11), es también Cristo en el caballo blanco aquí, es pasar por alto las enseñanzas más claras de esta visión.

Añadimos la siguiente nota de la Nueva Traducción: “O ‘le había sido dado’; es decir, no es expresivo de un tiempo en particular. Él tenía uno que le fue dado. Pero es el mismo tiempo que ‘salió'”.

Esto es decir demasiado; porque mientras “los poderes que son” son ordenados por Dios hasta el rapto de los santos, parecería que Dios no reconoce ningún poder como derivado de Él mismo en el intervalo entre el rapto y la aparición de Cristo. La corona, por tanto, será dada por el hombre.

Tal es el retrato divino de un poderoso conquistador que se levantará de aquí en adelante, como el instrumento ciego, como Nabucodonosor, de la venganza de Dios sobre las naciones de la tierra. Es imposible predecir quién será, a pesar de las pretensiones de los hombres; pero por las indicaciones dadas en este libro, puede ser que la imagen encuentre su contraparte en la primera “bestia” de Apocalipsis 13; es decir, la cabeza imperial del imperio occidental. (vv. 1-8; véase también Ap. 17:10-12.)

Los tres sellos siguientes pueden describirse con menos palabras. Hay en ellos dos puntos comunes al primero: el acontecimiento en la tierra sigue a la apertura del sello en el cielo, y es uno de los seres vivientes en cada caso el que llama la atención sobre el efecto de la apertura del sello. Este último punto ayuda a comprender el carácter del acontecimiento; porque, si los seres vivientes son emblemas de los atributos de Dios tal como se manifiestan en la creación, y son vistos en el cielo como conectados con el trono, un “trono de juicio ejecutorio”, es evidente que estamos aquí en el terreno “del curso providencial de los tratos de Dios” -tratos en juicio, debe recordarse, por los cuales Él está a punto de hacer efectivo Su carácter en el gobierno sobre la tierra. Pero, como se ha escrito, “tienen la voz de Dios en ellos, la voz del Todopoderoso; la cual oye el oído de aquel que tiene el Espíritu. Estas (las consecuencias en la tierra de la apertura de los sellos en el cielo) completan las plagas providenciales de las que habla la Escritura. Luego siguen los juicios directos. Estos (las plagas providenciales) son lo que podemos llamar medidas preparatorias”.* Los principios así establecidos nos permitirán comprender más inteligentemente las siguientes partes de la visión.

*Sinopsis de los Libros de la Biblia.

Al abrirse los sellos segundo, tercero y cuarto aparecen otros caballos, rojos, negros y pálidos, todos ellos emblemáticos de su misión. En cada uno de estos casos, como parece, el jinete es menos prominente que en el caso del primero, estando, por así decirlo, unido al caballo para presentar una sola idea. Así, el segundo caballo es rojo, un color relacionado con el derramamiento de sangre; y de acuerdo con esto, se le da al jinete para quitar la paz de la tierra; y el período se caracterizaría por la guerra intestina, los hombres deberían matarse unos a otros; y de todo esto la gran espada dada al jinete no es más que un símbolo. Tampoco debe pasarse por alto que este segundo caballo puede estar íntimamente asociado con el primero; así también el tercero y el cuarto con sus predecesores. Es lo que marcará el tiempo del cual escribe Juan, y del cual el Señor mismo había advertido a sus discípulos. (Véase Mateo 24:6-7.)

El hambre es representada por el caballo negro, resultado casi invariable, como lo atestigua la historia, de guerras y conflictos prolongados. La cantidad de trigo y cebada necesaria para el mínimo sustento* se vendería por un penique; es decir, un denario. Pero en medio de la desolación y la miseria generalizadas, Dios piensa en las necesidades de sus criaturas, y limita los efectos del hambre escatimando el aceite y el vino.

*A veces se ha dicho que una medida de trigo era la ración diaria de un soldado romano.

La pestilencia caracteriza tan claramente al cuarto caballo; pues su color es pálido, y el nombre de quien estaba sentado sobre él era Muerte; y el Hades, morada de los muertos, le seguía, como si, en el sorprendente significado de la figura, recogiera, como presa suya, a aquellos a quienes la muerte o la pestilencia pudieran destruir. Se les dio, además, “potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las bestias de la tierra” (v. 8). (v. 8.) La guerra, el hambre, la peste y la plaga de bestias salvajes se amontonan ahora (como lo han estado a menudo) como acompañantes o resultados de los” azotes judiciales. Esto es lo que Ezequiel llama las cuatro plagas dolorosas de Dios (Apoc. 14:21; compárese también Apoc. 5 y Apoc. 6); y éstas son las armas con las que Él tratará un día con la tierra a causa de su iniquidad. Hemos dicho “la tierra”; en realidad se trata de la cuarta parte de la tierra. La “tercera parte” es una expresión profética para el Imperio Romano; y por consiguiente deducimos que estos temibles juicios serán limitados en su área, que no será visitada toda la tierra romana. Constituirán, como inflicciones preparatorias, solemnes advertencias, la llamada de Dios a la humillación y al arrepentimiento a quienes puedan reconocer su mano. (Cp. Ap. 11:13.)

Con la apertura del quinto sello se ofrece una visión de la condición del testimonio remanente durante la procesión de los acontecimientos asociados con los sellos anteriores: “Y cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los muertos por causa de la palabra de Dios y del testimonio que daban” (v. 9). Como el Señor mismo, hablando de este mismo período, advirtió a sus discípulos: “Entonces os entregarán para ser afligidos, y os matarán; y seréis aborrecidos de todas las naciones por causa de mi nombre” (Mt. 24:9; compárese con el versículo 10). (Mat. 24:9; compárese Apoc. 12:17.) El Espíritu Santo habrá partido con la iglesia; la voluntad del hombre y el poder del mal estarán desenfrenados; será la hora del hombre y el poder de las tinieblas, y la consecuencia será una animosidad implacable contra todos los que mantienen la palabra de Dios y el testimonio de Jesús. Estos testigos de Dios serán indudablemente judíos, judíos vivificados, que vendrán al lugar del testimonio después que los santos hayan sido arrebatados en el aire para estar para siempre con el Señor, y que formarán el remanente perseguido que tan a menudo se encuentra en el Libro de los Salmos. Que no son cristianos lo demuestra su grito de venganza, así como el nombre con que se dirigen a Dios. No poseen el Espíritu de adopción; claman: “Soberano gobernante, santo y verdadero”, etc. (v. 10).

*Tal es la traducción dada en la Nueva Traducción.

Pero su clamor es escuchado, porque “a cada uno de ellos le fueron dadas vestiduras blancas; y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se cumpliesen también sus consiervos y sus hermanos, que habían de ser muertos como ellos” (v. 11). (v. 11) Las siguientes palabras explican esta escena: “El hecho de que estuvieran bajo el altar significa simplemente que habían ofrecido sus cuerpos, como sacrificios por la verdad, a Dios. Las vestiduras blancas son el testimonio de su justicia, la aprobación declarada de Dios. … No creo que dar vestiduras blancas sea resurrección”. De hecho, el hecho de que otros estuvieran aún por ser martirizados prueba que no lo es; porque después leemos: “Y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían recibido su marca en la frente ni en la mano; y vivieron y reinaron con Cristo mil años”. (Apoc. 20:4.) Aquí tenemos la compañía completa de los fieles testigos de Dios, quienes, durante el intervalo entre la venida de Cristo por la iglesia y Su aparición, no estimaron sus vidas, sino que sellaron su testimonio con su sangre, y a quienes se ve ahora tener la bendita recompensa de gozar de parte en la primera resurrección. Los testigos de nuestro capítulo pertenecen a esta compañía, y mientras tanto se les otorgan vestiduras blancas en señal de la aprobación de Dios y el reconocimiento de su fidelidad.

El Cordero abre ahora el sexto sello: “Y, he aquí, hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se puso como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera echa sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se apartó como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se movieron de su lugar.” (vv. 12-14.) Que esto, de acuerdo con la naturaleza del libro, es lenguaje simbólico es evidente (ver Apoc. 11, Apoc. 12; Daniel 8, 9, 10, etc.); y por lo tanto el significado es que, como consecuencia de la apertura del sexto sello, habrá “una violenta convulsión de toda la estructura de la sociedad”, por lo cual todo orden y toda forma de gobierno, supremo, derivado o subordinado (sol, luna, estrellas), será derrocado y, por el momento, destruido.

*El mundo ha sido testigo de muchos terremotos morales de este tipo, entre los más notables la Revolución Francesa de 1789, que Francia celebró recientemente. Fue probablemente el estallido más violento contra Dios que jamás se haya visto desde la cruz; y sin embargo, ¡tal es el espíritu de la época, que se pudieron encontrar cristianos en número para asistir a la conmemoración de su centenario!

A continuación se describe el efecto de esta terrible conmoción. Todas las clases sociales, desde los reyes de la tierra hasta los pobres esclavos, se llenan de un terror abyecto. Se habían estado haciendo felices sin Dios; pero mientras, como Belsasar, se deleitaban hasta saciarse con sus malvados placeres, todo el entramado del orden humano, en el que habían estado descansando con una seguridad fantasiosa, es golpeado y destrozado en diez mil pedazos. Dios no aparece en el juicio; pero el hombre tiene conciencia, y así es, en presencia de esta terrible visitación, que todos por igual temen la ira de Dios y del Cordero. ¿Dónde está ahora el valor del hombre? Sus guerreros tiemblan incluso ante la presencia de un Dios cuya existencia habían negado hasta entonces, y al unísono tratan de ocultarse, mientras claman a los montes y a las rocas: “Caed sobre nosotros, y escondednos de la faz del que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (vv 16, 17.) Ese día aún no había llegado; pero en el terror del momento, inspirados por los horribles acontecimientos por los que están pasando, lo anticipan, y sus conciencias les dicen con razón que no podrán estar de pie ante el Dios cuyo temor habían desechado por completo, y ante el Cordero, a quien habían despreciado y rechazado, cuando una vez se levante para ejecutar sus juicios en la tierra.

 

E.D

Traducido del inglés al español: C.Fernández