Cristo, el Último Adán y Segundo Hombre

Tesoro de la Biblia: Volumen 4

(1 Cor. 15:45-47)

Deseo decir unas palabras sobre el notable contraste entre Adán y Cristo que se nos ofrece en este pasaje. Cristo es llamado “el Segundo Hombre” y “el postrer Adán”. Creo que hay un volumen de verdad en cada una de estas designaciones, y de verdad demasiado necesaria para este día en que vivimos. Porque, ¿qué sentencia sobre todo lo que es del hombre? ¡Qué rico consuelo, también, en tal Cristo! Y ciertamente todo es necesario cuando las energías de los hombres se despliegan con creciente orgullo y confianza en sí mismos, cuando no parece haber nada, hasta donde las esperanzas y expectativas humanas al menos pueden medir, que retenga el dominio del poder del hombre. El “segundo hombre” escribe la muerte y la condenación sobre todo lo que ha estado en o del hombre moralmente. Ante Dios, y por tanto ante el ojo de la fe, la humanidad se resume en Adán. Y sean cuales fueren las pretensiones de los hombres, sea lo que fuere de lo que la tierra pueda jactarse en tal o cual hombre que haya nacido desde entonces, el Espíritu Santo cierra todo en él lo que cayó, lo que pecó, lo que trajo, junto con el pecado, la vergüenza, la aflicción y la muerte. Porque el juicio de Dios se hizo necesario por el pecado, aunque fue, sin duda se puede decir, muy doloroso incluso para Dios. Porque Dios en Su propia naturaleza no es un Juez: es lo que el pecado le ha obligado moralmente a ser. “Dios es amor”. Ninguna circunstancia le obligó a serlo. Él era amor completamente aparte de todas las causas. Pero si no hubiera habido pecado, no habría habido juicio. Por eso digo que el pecado hizo necesario que Dios fuera un Juez, mientras que ninguna circunstancia posible podría haber sacado amor de donde el amor no estaba ya. Sería muy despectivo para Su naturaleza suponer que Dios se convirtió en amor. Dios es amor tan verdaderamente como es luz: el juicio divino es una necesidad creada por el pecado. Pero en cuanto al hombre, todo lo que el Espíritu Santo puede decir acerca de él está contenido, por así decirlo, en el hombre que transgredió el mandamiento de Dios, y así hizo debido a la majestad de Dios que Él asumiera un nuevo carácter en lo que concierne al hombre en la tierra, es decir, ser un Juez, y tratar con Él incluso en el paraíso en esa capacidad. Porque cuando el Espíritu de Dios llama a nuestro Señor el “Segundo Hombre”, es tanto como decirnos que todos los demás hombres son sólo la reproducción del primer hombre. Cuando has conocido al “primer hombre”, ya tienes todo lo que se puede decir del hombre como tal. Cuando Cristo apareció, por primera vez había otro hombre. Todos los demás eran de la misma estirpe; y tuviste la muestra del carácter común en aquel que fracasó primero y se alejó de Dios, y fue expulsado después avergonzado por mandato de Aquel que es amor. Así es el hombre.

Pero qué gozo para nosotros saber que Aquel que fue hecho carne es “el Segundo Hombre” -un nuevo tipo de hombre por completo, como resucitado de entre los muertos. Porque aunque verdaderamente hombre tanto como tú o yo, sin embargo el Espíritu Santo le da este término de honor nuevo y especial. Y no es más cierto insistir en que Cristo es un hombre real que en que, como ahora ha entrado en el estado de resurrección, es otro tipo de hombre, para quien el Espíritu Santo reserva este notable título: “el Segundo Hombre”. Puede haber habido generaciones y generaciones de hombres, pero no eran otra cosa que “el primer hombre”. Las generaciones continúan todavía, cuyas asociaciones son sólo con “el primer hombre”. Pero yo miro hacia arriba, y por la fe contemplo ahora resucitado de entre los muertos, a la diestra de Dios, a otro, al “segundo hombre”. El hombre ha atravesado la muerte; el hombre ha despojado a Satanás; el hombre ha entrado en una región completamente nueva; el hombre es el objeto del deleite de Dios, de la adoración de todo el cielo.

¡Qué maravilloso es este pensamiento para esa pobre y débil criatura! El hombre tal como era desaparece ante el ojo de la fe. Sabemos lo que es; es “el primer hombre”, es como Adán. Pero ahora conocemos a otro hombre completamente distinto. Y, ¡gracias a Dios! El que es “el segundo hombre” es “el último Adán”. No hay otro hombre, no hay otro estado o condición a la que el hombre pueda ser llevado: no puede haber avance sobre el Hombre Resucitado a la diestra de Dios. La humanidad en Él está fijada en la bienaventuranza y la gloria ante Dios. De modo que si “el primer hombre” barre al mundo entero en una tumba común de muerte, y pronuncia la condenación sobre los caminos de la raza, “el Segundo Hombre” eleva nuestros corazones, y los regocija en la comprensión de lo que Él es en el cielo, y de lo que nosotros también seremos con Él. Porque Aquel que ha resucitado de la tumba, el vencedor de la muerte, nos ha levantado junto con Él, sí, en Él mismo; y tan seguro como Él está en el cielo, allí tendremos nuestra porción con Él. Y debemos desear prácticamente que nuestro lugar ahora, y nuestros caminos y conversación, no sean con Adán que cayó, sino con “el Segundo Hombre”, “el Último Adán”. ¿Es así con nosotros? Preguntemos no sólo por nosotros mismos personalmente, sino por nuestras pertenencias: porque hay muchos hombres que muestran al mundo, no tanto su propio espíritu, como lo que desean y buscan para los que les pertenecen. Y a menudo verás orgullo o vanidad, no tanto quizá en el padre personalmente, como en lo que da o guiña en el hijo. Quiera el Señor que no hagamos ni permitamos ni una sola cosa que pueda contristarle. Poco importa que nos mantengamos firmes en veinte cosas, si hay una en la que deliberadamente sancionamos lo que es contrario al Segundo Hombre. ¡Qué vergüenza debería ser esto para nosotros! Cuidemos bien de estar parados teniendo nuestros ojos fijos en Aquel a quien pertenecemos, “el celestial”. Porque este es otro término que se usa aquí de nuestro Señor. “Tal como el celestial, también los celestiales”. Estos benditos títulos o descripciones le pertenecen a Él en Su plenitud sólo como resucitado de entre los muertos y entrado en la gloria; como tal es “el Segundo Hombre, el Último Adán”, el celestial. No cabe duda de que era y es “el Señor del cielo”; de lo contrario, no se podría haber dicho nada de Él. Y en esto también hay otro elemento de nuestro gozo y gloria, que Aquel que como el Hombre glorificado es el objeto del deleite y la alabanza del cielo, es el mismo Dios poderoso: el Hijo unigénito. De ahí que la bendición del hombre esté asegurada para siempre en Su única persona dividida. Estamos unidos a Él con un vínculo indisoluble que ya ha atravesado la muerte. Pero Él ha resucitado de entre los muertos; y nosotros estamos en Su propia vida de resurrección, y esperamos el día en que “llevaremos la imagen del celestial”.

Mientras tanto, que sea nuestro caminar como aquellos que son conscientemente Suyos, y uno con Él incluso ahora.

 

Traducido y revisado por: C.Fernandez

2024-03-26 11:00 PM