Génesis 5

Por William Kelly

 

El capítulo en el que ahora entramos refuta notablemente la hipótesis de documentos separados, tan en boga entre los neo-críticos. Según esta, este libro de la generación de Adán originalmente seguía a Gén. 1–2:3, como el registro Elohístico más antiguo, supuestamente dislocado por el singular compuesto (Jehová Elohim) en Gén. 2:4–Gén. 3, y por la interpolación Jehovaística de Gén. 4. Pero tal disposición como la que se asume no solo produce un resultado estéril de todo buen fruto, sino que nos priva de verdades más interesantes, trascendentales y necesarias sobre Dios y el hombre, así como sobre el enemigo de ambos. ¿Pues qué se omite con esto? La instructiva lección de la tentación; el terrible hecho y las consecuencias de la caída; la solemne intervención de Aquel que bendijo y probó pero, por el pecado del hombre, se convirtió en su Juez; la misteriosa revelación de un Destructor sufriente de aquel enemigo que sedujo a nuestros primeros padres mediante la desobediencia hacia la muerte, y de un Conquistador que, de alguna manera aún no explicada, nacería de mujer, y sin embargo trataría con Satanás como no podría hacerlo toda la humanidad de todas las épocas junta. Y este breve resumen del Gén. 3 no es ni de cerca una valoración completa de la verdad más necesaria que se deja fuera.

Considere luego cuán profundo y penetrante es Gén. 4, ¡donde el pecado contra el hombre, incluso contra el propio hermano, se manifiesta tan plenamente como contra Dios en Gén. 3! El único fundamento de acercamiento aceptable a Jehová es mediante el sacrificio; pues esto era entonces el reconocimiento del hombre como pecador, y de Dios en gracia mirando hacia un remedio en justicia. Así vemos al hijo menor Abel ofrendando y siendo aceptado por fe, el mayor Caín rechazado con su ofrenda de la naturaleza en incredulidad, aunque Eva lo había considerado cariñosamente como un hombre obtenido de Jehová. Luego, con el orgullo transformándose en odio, a pesar de la graciosa exhortación de Jehová, quien señala el remedio y mantiene su título según la carne, Caín mata a su hermano justo, es condenado (a pesar de su prevaricación insensible e insolente), es maldecido desde la tierra, y es sentenciado a ser un vagabundo en la tierra. ¡Qué símbolo del judío culpable de la muerte del Siervo justo de Jehová, su propio Mesías, pero con una señal dada de que no perecerán; y al final bajo Lamec confesando los pecados y vengado setenta y siete veces, cuando oímos de otra Simiente establecida por Dios en lugar del asesinado, y a su debido tiempo los hombres invocando el nombre de Jehová! Pues esto a su vez no es otro que la promesa de Aquel que combina al Mesías asesinado con el Heredero designado de todas las cosas, nuestro Señor Jesús. Sin embargo, por mucho que aquí se trace, también está el cuadro del mundo y su civilización, sus artes y ciencias y deleites, lejos de Dios, quien rechaza su religión natural y vanos esfuerzos por adorarlo según la carne.

Piense entonces en el juicio crítico, que puede considerar la narrativa (llámese elohística, o Libro de los Orígenes, o Código Sacerdotal, o cualquier otra cosa), cuando se desprende del resto donde aparecen designaciones distintas a Elohim, como “¡un todo casi completo!” Ciertamente los hombres, eruditos o no, que así manipulan las escrituras en honor a la más cruda fantasía que jamás se elevó a moda popular, revelan su propia falta de fe y su consecuente incapacidad para interpretar esa Mente que solo se abre al creyente. Es justo como bajo otra forma en el Israel de antaño,

Toda visión viene a uno como las palabras de un libro sellado, que entregan al que sabe leer, diciendo: Lee esto, te ruego; y él dice: No puedo, porque está sellado. Y si se entrega el libro al que no sabe leer, diciéndole: Lee esto, te ruego; él dice: No sé leer (Isaías 29:11, 12). ¡Qué! “¿un todo casi completo” en la historia de Dios, o el Código Sacerdotal, del hombre, ¡sin una palabra sobre los detalles de su relación divina fundada en su peculiar formación, su cuerpo del polvo, el hombre interior directamente inspirado por Jehová Elohim! ¡Sin una palabra sobre el paraíso perdido y la muerte ganada por desobediencia inexcusable! ¡Sin una palabra sobre el conocimiento del bien y del mal incompatible con la inocencia pura y simple, pero después de su transgresión la condición del hombre para bien y para mal! ¡Sin una palabra sobre la relación de la mujer con el hombre fundada en su más singular, pero conmovedora y hermosa, edificación bajo la sabia y buena mano del SEÑOR Dios, con toda su fructífera amonestación ya sea que los hombres escuchen o se abstengan! ¡Sin una palabra sobre la simplicidad del hombre y la mujer sin pecado, desnudos y sin vergüenza, su inmediata e ineficaz cobertura de tipo natural, y la profunda verdad y gracia, aunque todavía solo como una sombra, del vestido eficaz del SEÑOR Dios basado en la muerte! Y con todo, la misteriosa insinuación ominosa y oscura de la serpiente para ruina del hombre y su propia destrucción segura por el poder divino en la persona de la Simiente de la mujer — ¡ni una palabra sobre este terrible y constante adversario de Dios a lo largo de la triste historia de la responsabilidad del hombre, o el juicio final!

Realmente, los caprichos de la especulación humana son mucho más extraños e inexplicables que la narración sin adornos de la inspiración tal como está, que para el oído creyente requiere los títulos distintivos de Elohim, Jehová Elohim y Jehová (como también otros a su debido tiempo) según el carácter variable de las comunicaciones, y por lo tanto intrínsecamente necesarios para la perfección de la palabra divina. Es la ignorancia fenomenal de la incredulidad, absolutamente desatenta a la mente de Dios, que, en la desesperación de la verdadera inteligencia por el Espíritu Santo, busca la hipótesis superficial, insatisfactoria y sin fundamento de un compuesto de distintas fuentes soldadas por un compilador posterior en un todo continuo, que después de todo está lleno de inconsistencias en los detalles y es totalmente poco fiable. En verdad no es más que infidelidad y velada con nada mejor que hojas de higuera que revelan pecado y desnudez. Hay diferentes puntos de vista, como debe haberlos para la verdad completa, que explican los diferentes rasgos de estilo; pero así como Gén. 2, 3 presuponen Gén. 1, así Gén. 4 sigue a ambos, como el conflicto real de naturaleza y gracia. Gén. 5, como otras escrituras, emplea cada designación y sus acompañamientos según lo demanda la verdad: así esperamos mostrarlo a aquellos que, recibiendo la Santa Escritura, no la aceptan como palabra de hombres, sino como es en verdad palabra de Dios.

¿Necesita más prueba de que los llamados duplicados se deben a un diseño diferente, no a distintas manos, y menos aún a leyendas bastardas? Así en Gén. 2:4 y siguientes, no hay pensamiento de establecer el orden de la creación, ya dado generalmente de principio a fin en Gén. 1, sino el hecho trascendental de tales verdades especiales como el Gobernador Moral, Jehová Dios, establecido en la escena de las relaciones de Adán con Él mismo y el paraíso, con la creación terrenal como un todo y la mujer en particular. La oposición entre los capítulos, ya sea material o formalmente, es una calumnia. Y de ahí que, como en muchos aspectos la condición era peculiar al estado primigenio, nunca en el Pentateuco encontramos Jehová Elohim regularmente usado sino aquí, salvo excepcionalmente en Ex. 9:30. Es falso que Gén. 2:7, 19 representa al hombre como creado antes que las aves y las bestias; es falso que Gén. 2:7 (la formación de Adán del polvo) contradice Gén. 1:27 (creado a imagen de Dios); es falso que Gén. 1:27 afirme que el hombre y la mujer fueron creados juntos, o no concuerde con la mujer siendo formada específicamente del costado de Adán. Tales objeciones surgen únicamente del rencor de la incredulidad. Los dos capítulos, como los que siguen, son de la misma Mente guiada por Dios; pero algunos para su vergüenza no tienen conocimiento de Dios.

A la luz derivable de todo lo que precede, Gén. 5 retoma al hombre en la sucesión de sus generaciones desde Adán hasta Noé y sus hijos; y por lo tanto Elohim más que Jehová era el título correcto, apareciendo Jehová solo una vez donde era más apropiado. ¡Y esto a los ojos de nuestros críticos “sabios y prudentes” “solo puede explicarse bajo la suposición de que las secciones en las que aparecen son de una mano diferente” (Lit. de Driver, A.T.)!

Este [es el] libro de las generaciones de Adán. El día en que Dios creó al hombre, a semejanza de Dios lo hizo; varón y hembra los creó, y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán (hombre), el día en que fueron creados (Gén. 5:1, 2).

Ahora suponga que la hipótesis de documentos diferentes es un hecho, y que este capítulo hubiera seguido alguna vez a Gén. 1–2:3, como la secuela inmediata, ¡qué insípida sería tal continuación como la apertura de Gén. 5! No decimos nada de omitir detalles tan importantes como los que se ignoran entre los dos, como ya hemos notado. Si por el contrario recibimos estas escrituras como están, el nuevo comienzo en terreno similar a la sección más temprana muy apropiadamente requiere un rastreo desde Adán a través de Set hasta los tiempos diluvianos, justo como lo tenemos. La historia intermedia que reveló a Dios no simplemente como tal, sino como Jehová Elohim, y luego en el estilo usual de Jehová, donde se trata la relación especial con la rebelión contra ella, hizo aún más necesario reanudar la línea genealógica desde su fuente hasta que Dios juzgó la creación.

Incluso aquí está lejos de ser mera repetición, como podría parecer al lector descuidado. Porque Gén. 1:26 dice que Dios dijo, Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y reitera no Su semejanza sino imagen dos veces en Gén. 1:27. Aquí se dice que, en el día de Su creación del hombre, lo hizo a semejanza de Dios. Ambas eran verdaderas, pero no son la misma declaración; y un imitador o redactor posterior al no estar inspirado más bien las habría hecho idénticas. Aquel que conocía toda la verdad podía y usó cada una apropiadamente; como podemos ver por la forma aquí empleada, cuando Gén. 5:3 viene ante nosotros. Pero el matiz de diferencia es innegable, lo entendamos o no como podamos.

Además, solo aquí se nos dice que Dios llamó el nombre de ellos Adán (hombre) en el día en que fueron creados {Gén. 5:2}. Fue Adán antes de la caída quien llamó a la mujer Ishá, porque fue tomada del Ish. Fue Adán, después de la caída pero también la revelación de la Simiente de la mujer, quien llamó el nombre de su mujer Eva (Chavá), porque ella era la madre de todos los vivientes. La incredulidad naturalmente podría haberla llamado Muerte, como la madre de todos los que mueren. Pero Adán miró en fe a su Simiente Quien le dio derecho a él y a ellos a mejores cosas de las que él y ella tenían derecho. Pero aquí es el nombre racial, común a ambos, que Dios llamó en el día de su creación. ¡Cuán sabia es cada cambio, cada diferencia, incorporada en la palabra de Dios! ¡Y cuán tonta la incredulidad que no puede ver nada más allá de las discrepancias de diferentes manos, ninguna de ellas inspirada en ningún sentido verdadero!

Que Gén. 5 está en su único lugar apropiado, suponiendo que una y la misma mano escribió todas las secciones que le preceden, es manifiesto por la exclusión de referencia a Caín y Abel, y su mención de Set como el verdadero y designado continuador de la línea de Adán hasta Noé. Documentos previos y fragmentarios, o no, es una cuestión bastante subordinada. Pero esto es lo más tentador para que los especulativos discutan, ya que hay la más delgada base sobre la cual mostrar su habilidad en construir sus ingeniosos pero sombríos esquemas. El creyente tiene ante sí el hecho sólido de un diseño divinamente llevado a cabo, sobre un principio que descubre la enemistad de una mente superior a la del hombre, no solo aquí sino a través del A.T. Y no hay un solo ejemplo conocido por mí de evidencia segura contra Moisés como su escritor. Los antiguos paganos mismos, a pesar de su animosidad imperecedera contra los judíos, no eran en esto tan incrédulos como nuestros críticos modernos que se llaman a sí mismos cristianos.

¿Donde podria estar situado adecuadamente el fructifero episodio de Génesis 4 sino donde lo encontramos? Sin embargo, para ser exactos, requirió el uso de Jehová solo por primera vez en la narrativa. Ni Elohim como en Gén. 1—2:3 estaría en consonancia, ni tampoco Jehová Elohim como en Gén. 2:4–Gén. 3:24, cada uno en su lugar apropiado, lo cual solo se prueba más por las excepciones en el lenguaje de la serpiente y de Eva (Gén. 3:1, 3, 5). Las condiciones en Gén. 4 ya no eran paradisíacas sino tales que apelaban a toda la raza ahora caída, especialmente antes de que los hombres cayeran en la idolatría, teniendo aún el conocimiento tradicional de Dios, no solo como Creador sino en relación especial como Gobernador Moral de Su descendencia. No por dos milenios y medio fue ese Nombre con la ley dado al pueblo escogido como su posesión y responsabilidad distintiva. Pero aquí se les mostró, en la pequeña plataforma primigenia de Caín y Abel, la vanidad para un pecador de la religión natural, menospreciando, como siempre lo hace, la culpa y el juicio del pecado, no menos que la provisión sacrificial de gracia ligada a la fe en el Mesías venidero y sufriente Quien destruiría al enemigo

Es notable que Eva, que había sido engañada por la serpiente para olvidar la relación especial de Jehová Elohim, dijo en el nacimiento de Caín, He adquirido varón con la ayuda de Jehová. Era como Sara en el caso de Agar buscando la simiente de promesa a través de la naturaleza. Por otro lado, y en el mismo capítulo Gén. 4:25, ella dijo en el nacimiento de Set, Elohim me ha sustituido otra simiente en lugar de Abel: más para ser observado, porque en el siguiente versículo se nos dice que entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová. Ahora cada una de estas designaciones se emplea con exquisita propiedad, y con un propósito evidente salvo para hombres caminando en la oscuridad de Egipto. Tan equivocados están los que, ignorantes de lo que es espiritualmente todo-importante, caen en la ilusión de esforzarse por explicar estas diferencias y sus acompañamientos, por la fantasía de que las secciones en las que ocurren son de diferentes manos. Es el diseño, y este uno divino, lo que solo satisfactoriamente explica todos los fenómenos, y más sorprendentemente porque vienen del mismo escritor inspirado.

Así en nuestro capítulo Gén. 5 Elohim es el único término apropiado hasta que llegamos a Gén. 5:29, donde Jehová es demandado por el propósito del Espíritu inspirador. La diferencia de mano es el recurso de la ignorancia incrédula. Caín y Abel habían jugado sus papeles respectivamente, como todos los que oyen la verdad deben, en la oscuridad de la incredulidad o la luz de la fe; y Eva, aprovechando su error temprano, reconoce a su hijo Set como sustituido por Elohim por Abel a quien Caín mató. Hijo de Adán, él el primogénito había salido impenitente y en desesperación de la presencia de Jehová, estaba edificando una ciudad llamada según el nombre de su hijo, y comenzó el mundo de las artes y las ciencias, la civilización y el placer, un vagabundo lejos del Dios Que revela Su voluntad y juzga a aquellos que desprecian a Su Cristo. Con el Hombre designado la gente comenzó a invocar Su Nombre, la prefiguración del día milenial (compara Isa. 11:9, 10; Jer. 3:17; Zac. 14:9; Mal. 1:11).

Aquí hasta el final la única designación correcta es Elohim, y no podría ser Jehová. Es la línea de Set desde Adán hasta Noé. Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set. Y fueron los días de Adán después que engendró a Set ochocientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días que vivió Adán novecientos treinta años; y murió (Gén. 5:3-5).

Cuando Elohim hizo al hombre, Gén. 1:26, Se propuso hacerlo a Su imagen, conforme a Su semejanza. Así lo creó a Su imagen, como se dice dos veces (Gén. 5:27). Y ya hemos visto que, así como la semejanza se asemeja, la imagen representa: una distinción que es importante captar, ya que se mantiene en toda la escritura. La semejanza consistía en cualidades correspondientes a Dios, como ninguna otra naturaleza en la tierra tenía; la imagen era el lugar del hombre en representarlo a Él ante otros, como ni siquiera los ángeles del cielo lo hacían o podían. Como el hombre fue hecho recto, así fue llamado a dominio sobre la creación inferior. Los ángeles cumplen Su palabra y hacen Su voluntad, pero solo ministran, nunca gobiernan. Pero ahora que la cabeza de la raza había caído, él engendró a su semejanza, conforme a su imagen {Gén. 5:3}. Era a su propia semejanza, no la de Dios; y no fue Caín sino Set de quien se dice que fue conforme a su imagen {Gén. 5:3}. 

Adán fue representado por Set, aunque no se podía decir que fuera engendrado conforme a la semejanza de Elohim sino a la de Adán. Sin embargo, todavía sigue siendo verdad que el hombre, aunque caído, es la imagen y gloria de Dios (1 Cor. 11:7). De ahí que el homicidio exigiera la muerte, pues era la extinción de lo que representaba a Dios en la tierra, incluso cuando el hombre ya no era conforme a Su semejanza (Gén. 9:6). La comparación de nuestro versículo Gén. 5:1 lo hace todo más claro: a semejanza de Dios lo hizo (a Adán). La imagen de Dios era el punto enfático en Gén. 1:27, e incluso en Gén. 1:26 toma precedencia, por importante que sea la semejanza que el pecado destruyó para Set, a quien Adán engendró a su semejanza, conforme a su imagen {Gén. 5:3}. La raza está caída.

Qué progenie tuvo Adán durante este tiempo temprano no se nos dice, sino simplemente que sus días después que engendró a Set fueron ochocientos; y engendró hijos e hijas {Gén. 5:4}. ¡Cuán poco se dice de la línea de fe, especialmente si comparamos el sorprendente cuadro que el capítulo precedente proporciona del rápido progreso del mundo en toda esa vida que la naturaleza considera digna de vivir!

Y fueron todos los días que vivió Adán novecientos treinta años; y murió (Gén. 5:5). No hay la más mínima razón sólida para dudar de la longevidad aquí atribuida al hombre antediluviano. El hombre fue hecho para vivir, no para morir; su muerte entró por el pecado. La verdad de la vida aparecerá cuando el Segundo hombre tome el reino mundial (Apoc. 11). Los que vivan justamente cuando Él reine continuarán a través de los mil años, ninguno muriendo salvo bajo maldición por rebelión; y los justos, como implican los principios escriturales, son al final transformados, sin pasar por la muerte, en incorrupción eterna; como los cristianos están autorizados a esperar los que estén vivos y queden para la venida del Señor, antes de que comience Su reino manifestado (1 Tes. 4, 1 Cor. 15). Por extenso que pueda parecer el lapso de años, comparado con la medida que la oración de Moisés (Sal. 90) establece como la regla ordinaria de la vida humana, eran solo días de Adán o cualquier otro aquí registrado. Después de Adán fueron engendrados, y engendraron; vivieron y murieron. Esto resume la historia de la mayoría; pero de esto más cuando revisemos el relato de otros, así como las excepciones.

Génesis 5:6-20

Josefo y ciertos escritores árabes, citados por Hottinger, alegan detalles de los antiguos dignos aquí enumerados; los cuales no vale la pena repetir, porque carecen de autoridad real. El escritor inspirado da de manera aún más impresionante el mismo simple esquema de estas vidas tan prolongadas. Ocurren dos excepciones de carácter más notable que reclaman la atención apropiada en sus lugares. La línea general es todo lo que ahora viene ante nosotros. El propósito divino es la clave para ambos. Explica tanto la mención que parece tan escasa, como el registro especial en los casos de Enoc y Noé. Da cuenta de la omisión de todos los detalles en la genealogía general más allá de la línea directa del pueblo escogido, y especialmente del Mesías, la salvación de Dios, luz para revelación de los gentiles, y gloria de Su pueblo Israel. El resto de su progenie, por numerosa o distinguida que fuera de manera humana, está simplemente fusionada en hijos e hijas que engendraron.

Y vivió Set ciento cinco años, y engendró a Enós. Y vivió Set, después que engendró a Enós, ochocientos siete años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Set novecientos doce años; y murió. Y vivió Enós noventa años, y engendró a Cainán. Y vivió Enós, después que engendró a Cainán, ochocientos quince años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Enós novecientos cinco años; y murió. Y vivió Cainán setenta años, y engendró a Mahalaleel. Y vivió Cainán, después que engendró a Mahalaleel, ochocientos cuarenta años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Cainán novecientos diez años; y murió. Y vivió Mahalaleel sesenta y cinco años, y engendró a Jared. Y vivió Mahalaleel, después que engendró a Jared, ochocientos treinta años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Mahalaleel ochocientos noventa y cinco años; y murió. Y vivió Jared ciento sesenta y dos años, y engendró a Enoc. Y vivió Jared, después que engendró a Enoc, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Jared novecientos sesenta y dos años; y murió (Gén. 5:6-20).

Es en vano que los hombres menosprecien la longevidad de los hombres antes del diluvio, y, aunque disminuyendo, después de él. Las naciones orientales y otras retuvieron por largo tiempo la tradición, aunque disfrazada, señalando a los hechos primitivos. Argumentar que es contrario a las leyes conocidas de la fisiología es solo el recurso de la incredulidad estrecha de mente e ignorante. Porque Dios si le placía podía fácilmente por cambio de condiciones reducir la vida del hombre de 900 años a 90. Es una cuestión de hecho por la cual Su palabra responde. Ni hay necesidad de trabajar en favor de las declaraciones claras de la escritura; porque el hombre no caído nunca participó del árbol de la vida; y, cuando cayó, fue expulsado para que no lo hiciera. La experiencia gradual de los hombres desde el diluvio no tiene validez contra la edad inmensamente mayor de la humanidad como la escritura afirma antes de ese gran evento, cualesquiera que hayan sido las causas físicas o secundarias antes o después, ya que son presuntuosos los que lo niegan. 

Nosotros no estamos en posición de determinar donde Dios ha dicho tan poco; pero había razones que podemos apreciar por las que en la historia temprana de la humanidad su prolongado lapso de vida era de incalculable importancia. Era de alto interés para ellos que el origen de la raza fuera atestiguado, así como de la tierra y los cielos, y de todas las criaturas en ellos; aún más alto era oír de la caída y sus solemnes resultados; lo más alto de todo, saber que Él, igualmente el Creador y en relación moral con el hombre, había intervenido de una manera no más justa que graciosamente revelando un Libertador sufriente, la Simiente de la mujer, para destruir al enemigo: la victoria del bien sobre el mal para todos los que creen así como la creación. ¿Qué se puede concebir de tal gran peso para Dios y el hombre como transmitir correctamente esta pregnante revelación de gracia, y a aquellos tan inmediatamente concernidos como la raza caída, o al menos tales como tenían oídos para oír? ¿Y cómo iba una revelación aún oral a alcanzar efectivamente a la familia de Adán sino por la longevidad que caracterizó aquel día temprano? Porque Matusalén vivió para contar a Sem lo que Adán comunicó de Dios mismo, y Sem vivió para repetir todo a Abraham e Isaac: hechos y perspectivas brevemente expresados, de significado claro, y profundamente importantes.

Entonces de nuevo uno puede entender cuán favorable era el extenso lapso de vida en aquellos días para llevar a cabo la palabra de Dios en bendición a la primera pareja: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra, y sojuzgadla; y tened dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. Así no solo el hecho es incuestionable para todos los que respetan la revelación, sino que la sabiduría, por no decir necesidad, de esa condición excepcional, es bastante aparente.

El hecho es que, tan lejos de la verdad están los que juzgan solamente desde la experiencia presente, que el hombre fue naturalmente hecho al principio para vivir. La muerte era el salario del pecado, no entonces una necesidad fisiológica. Dios había provisto los medios para prolongar su vida si era obediente; pero lo privó de ese medio perentoriamente cuando cayó. Porque ¿qué mayor miseria, o anomalía moral, que una vida eterna de pecado? La muerte por lo tanto no es de ninguna manera una deuda de la naturaleza sino del pecado; y aquí leemos su tañido fúnebre para cada uno incluso de aquellos que se mantuvieron alejados del mal camino de Caín, los ancestros no solo de Israel sino a su debido tiempo del Mesías. De Adán, así de Set, Cainán, Mahalaleel, Jared, se dijo igualmente murió. 

Ahora que el hombre es pecador, es el único evento que sucede a todos en el mundo visible; en el invisible habrá otro aún más solemne. Porque está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (Heb. 9:27). ¡Cuán triste sería, si esto fuera todo! Sin embargo no es así; es solo el primer hombre. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos, primicias de los que durmieron. Porque por cuanto por un hombre vino la muerte, también por un hombre la resurrección de los muertos {1 Cor. 15:20, 21}. 

Aquel que tenía el poder de la muerte, esto es, el diablo, es reducido a nada a través de la muerte de Aquel Que en gracia se sometió a ella, pero no podía ser retenido por ella. Y así en Cristo todos serán vivificados, pero cada uno en su propio orden: Cristo las primicias; luego los que son de Cristo en Su venida; luego el fin, cuando entregará el reino al Que es Dios y Padre. El segundo hombre es del cielo y tiene todas las cosas en Su mano. Los que son Suyos disfrutarán una resurrección de entre los muertos como la Suya propia; como los injustos serán resucitados por Su poder para juicio, quienes despreciaron Su gracia y no quisieron la vida eterna que está en Él. Porque todos deben honrarle; si no ahora creyendo en Él para toda bendición, después cuando sean resucitados para ser juzgados por los males que hicieron. ¡Cuán bendita es la porción de aquellos que oyen Su palabra y creen a Dios que envió a Su Hijo! Ellos tienen vida eterna, y no vienen a juicio, sino que han pasado de muerte a vida {Juan 5:24}. Así declara el Señor con solemne énfasis sobre su verdad, Su De cierto, de cierto {Juan 5:24}. 

Génesis 5:21-24

Desde Adán hasta Enoc hubo un considerable lapso; sin embargo, entre los dos, el Espíritu de Dios da la línea con una uniformidad de expresión que hace solemnes las raras desviaciones de ella. La primera ya la hemos notado en Set, engendrado a imagen de Adán (Gén. 5:3), a diferencia de Adán, hecho a la imagen de Dios el día que Dios creó al hombre (Gén. 5:1). A partir de ahí, se sigue la línea de Set, cuyos términos no difieren salvo en el nombre y en los días que vivieron y tuvieron sucesores.

Ahora oímos de uno que se destaca espiritualmente en el relato divino de todos los anteriores y posteriores. ¡Qué distinto de un hombre del mismo nombre en la familia de Caín, de hecho su hijo, cuyo nombre dio a la ciudad que estaba construyendo, un habitante de la tierra y un buscador de la gloria del hombre que pasa!

Si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guarda la ciudad, en vano vela el centinela. Es vano para ustedes que se levanten temprano y tarden en descansar, y coman el pan de dolor {Sal. 127:1, 2}.

Caín tenía miedo, como una mala conciencia hace que un hombre tenga miedo, de aquellos que matan el cuerpo; no temía a Aquel que después de haber matado tiene autoridad para arrojar al infierno; mucho menos se arrepintió y confió en la gracia soberana, o se dirigió a una ofrenda por el pecado acurrucado en la puerta, o incluso se inclinó ante la sentencia: serás un fugitivo y un vagabundo en la tierra {Gén. 4:12}.

Todo lo contrario, estaba decidido a establecerse y edificar la primera ciudad y glorificar su familia llamando a la ciudad con el nombre de su hijo Enoc. Todo fue según la sabiduría y prudencia de la carne, que busca fuerza y facilidad presentes y exaltación por sus propios medios y recursos, no sujeción a Dios ni dependencia de Él, ni Su guía y protección, ni la gloria que proviene del único Dios. En completo contraste con Caín y su sucesor está el hijo Jared, “iniciado” de una manera muy diferente.

Y Enoc (Chanok) vivió sesenta y cinco años y engendró a Matusalén (Methushalah); y Enoc caminó con Dios después de engendrar a Matusalén trescientos años, y engendró hijos e hijas; y todos los días de Enoc fueron trescientos sesenta y cinco años. Y Enoc caminó con Dios; y no fue más, porque Dios le llevó (Gén. 5:21-22).

La fe en Abel produjo una vívida conciencia de esa muerte que el pecado había traído al hombre, con su efecto devastador sobre toda la creación inferior puesta bajo sujeción al hombre. Y Abel por fe aplicó la sentencia de Dios sobre sí mismo: no ignorando la muerte para él, ni soportándola con esfuerzo para olvidarla en la energía de la naturaleza. Pero también creyó en la revelación de gracia, que Otro, incluso el Simiente de la mujer, confrontaría no solo a la muerte, sino a aquel que tenía el poder de muerte, el sutil adversario de Dios y del hombre; y esto misteriosamente pero rectamente (por poco que pudiera comprender toda la verdad aún no revelada), por Su sufrimiento pero Su victoria aún más eficaz. Porque herido en Su talón, así corría la figura expresiva, Él debía aplastar la cabeza de la Serpiente. Por lo tanto, la muerte se realizó profundamente sobre todos y todas las cosas aquí; la muerte del Libertador para redimir al creyente y conquistar al enemigo en la Simiente de la mujer estaba tan grabada en el corazón de Abel como en su nombre. El acto característico de su fe hacia Dios lo presenta claramente, así como el final de su curso dio testimonio ante el hombre, e incluso ante su propio hermano. ¡Qué imagen a pequeña escala de Cristo como el Cordero que fue sacrificado!

Pero nuestro Enoc no es menos importante de una manera completamente diferente pero igualmente verdadera y trascendental. Miró hacia Aquel cuya venida en juicio también le fue dada profetizar, como sabemos por Judas; y Él no solo es un sacrificio para Dios por nosotros, sino nuestra vida. No hay otro que se ajuste o esté disponible para el hombre; y evidentemente así es ahora que el hombre ha caído, y el árbol de vida, una vez libre en su inocencia, está prohibido por el poder judicial de Dios a los culpables. En este estado probado de pecado y muerte fue cuando el Dios de misericordia reveló Aquel que venía y de alguna manera venía en humanidad, si evidentemente más grande e infinitamente mayor. A su debido tiempo debería ser plenamente conocida Su gloria como Dios, el Verbo que estaba con Dios y era Dios; no solo el Creador de todas las cosas, sino que en Él estaba la vida {Juan 1:4}.

Y así como Él era

la luz de los hombres {Juan 1:4}

enfatizadamente (no de esos seres que son los habitantes naturales del cielo y parecen mucho más altos), Él sería revelado cuando fuera rechazado como la luz del mundo {Juan 8:12, 9:5}; 

para que quien le siga no ande en tinieblas sino tenga la luz de vida. 

La fe de Enoc se aferró a esta única vida verdadera y superior; porque la fe recibe lo que el Salvador es y da. No solo miró a sí mismo y a su alrededor para encontrar el alivio, el recurso y la liberación revelados en el Aplastado. Sin duda, esto lo hizo; pero su fe se caracterizó por mirar al cielo y hacia Aquel que está por encima de toda ruina, quien, mucho más allá de lo que se podía conocer entonces, es la fuente, la manifestación y el dador de vida en el sentido más bendecido; como podemos decir:

Estamos en Aquel que es verdadero, en Su Hijo Jesucristo: este (Él) es el verdadero Dios y la vida eterna {1 Juan 5:20}.

Ahora, la vida ejercida en lo no visto se manifiesta en el andar; y así aquí leemos de Enoc (por primera vez se registra de un hombre) que

caminó con Dios {Gén. 5:22};

después de engendrar a Matusalén, se añade, trescientos años. Y esto es mucho decir en pocas palabras de un testimonio pregnante y elevado de Aquel cuyo ojo de amor reposa sobre todos los que le aman, en cuya vista no hay criatura desapercibida; sino que todas las cosas están desnudas y abiertas a Sus ojos con quienes tenemos que ver.

Tampoco es sin significado y fuerza que después de enumerar todos los días de Enoc, y no solo hasta el nacimiento de su representante de larga vida, sino también hasta los hijos e hijas engendrados posteriormente, nuevamente escuchamos el testimonio divino:

Y Enoc caminó con Dios {Gén. 5:24}:

pocas palabras sin duda, pero llenas de significado para nosotros, favorecidos con una verdad incomparablemente más revelada.

La ciudad; las invenciones de habilidad, belleza y conveniencia, la música, los refinamientos de la vida que ahora es, estaban en otro lugar, pereciendo como sus devotos en su uso; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Parecía muy alejado de esto en aquel que fue asesinado traicioneramente y sin venganza, primer mártir de la fe como de lo justo. Pero era indiscutible para quien cree la palabra de Dios sobre Enoc.

Y no fue más, porque Dios le llevó {Gén. 5:24}; o, como se interpreta en Hebreos 11, fue

trasladado para que no viera muerte, y no fue hallado porque Dios le trasladó; porque antes de su traslado tuvo testimonio de que agradó a Dios {Heb. 11:5}.

¡Qué claro signo dio Dios en ese gran pero simple hecho, tan trascendente respecto a la experiencia ordinaria de los santos indiscutibles, que el cielo sería el hogar de aquellos a quienes ama en la tierra, el cielo de Su presencia donde el tiempo y el cambio, por no mencionar el pecado y el dolor, son desconocidos! Esto necesitaba la venida de Cristo y Su partida para ponerlo en la luz más clara y segura, como en Juan 14-17. Incluso aquí, en estos primeros días antediluvianos se dio el primer testimonio a ello, no solo en palabras, sino en un hecho sorprendente destinado a llegar al corazón de cada creyente: un honor peculiar para Enoc, la promesa de lo que todos los santos del llamado celestial disfrutarán, quienes permanecerán vivos a la venida del Señor. Porque entonces estará presente Aquel que es el poder de la vida eterna, no solo para el alma que tenemos en Él ahora, sino también para el cuerpo que tendremos entonces. Porque no todos dormiremos, pero seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la última trompeta. Esto es lo que el apóstol llama un misterio {1 Cor. 15:51}, 

no exactamente la resurrección de los justos, sino el cambio de los creyentes vivos cuando también sean resucitados y transformados los muertos. De traducción al cielo Enoc, como fue el primer ejemplo, así es el tipo perdurable en su realidad celestial y su cumplimiento silencioso sin una señal previa o preparación alguna en providencia o profecía. Podemos ver todo esto confirmado por el destino completamente diferente de otro santo que sigue.

Solo queda notar qué cierre tan adecuado tuvo respecto a la gran verdad de una vida superior a la muerte que la gracia le dio para caminar. La traducción para que no viera muerte fue su triunfo, hasta donde podemos hablar de triunfo hasta que Jesús venga.

Génesis 5:25-32

De la línea de Adán a través de Set se dice muy poco. Vivieron muchos días en la tierra; engendraron hijos e hijas, además del que continuó la sucesión; y murieron. Esto da gran significado a todo lo que se dice más allá. Así vimos la fuerte diferencia moral expresada en el caso de Set en comparación con Adán. Pero el contraste vívido apareció en Enoc, el testigo y disfrutador manifiesto de la vida que brilló en su andar, y superior al poder de la muerte, como le agradó a Dios probar, cuando su peregrinación relativamente probada cerró de una manera completamente celestial.

Su hijo fue Matusalén.  

Y Matusalén vivió ciento ochenta y siete años y engendró a Lamec; y Matusalén vivió después de engendrar a Lamec setecientos ochenta y dos años, y engendró hijos e hijas. Y todos los días de Matusalén fueron novecientos sesenta y nueve años; y murió (Gén. 5:25-27).

En su caso, podría haber parecido que el hombre alcanzaría excepcionalmente un milenio. Pero no fue así. Esto está reservado para el reinado del Último Adán; y Él lo hará bueno en Su reino mundial como la regla, y no la excepción, para aquellos que le reciben cuando aparezca para reinar en justicia. ¡Poderoso y benéfico será el cambio en ese día, cuando la tierra esté llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mar! Es vano razonar desde la experiencia del primer Adán, la fuente prolífica de incredulidad.

Él es Jehová quien se dignó a convertirse en un retoño del tronco de Jesé y una rama de sus raíces dará fruto en días venideros; en virtud de Él Jacob echará raíces; Israel florecerá y brotará; y llenarán la faz del mundo con fruto {Isa. 27:6}.

Porque en verdad Él también es la raíz de Jesé.  

Y en ese día habrá una raíz de Jesé: que estará como un estandarte para los pueblos: a él buscarán las naciones; y su lugar de reposo será en gloria {Isa. 11:10}.

Entonces, cuando aquel que tenía el poder de la muerte esté atado, y el Conquistador reine sobre la tierra, el hombre llenará sus días. Y Jehová se regocijará en Jerusalén y se alegrará en Su pueblo; y no se oirá más la voz de llanto en ella, ni la voz de clamor. No habrá más allí un niño de pocos días, ni un anciano que no haya llenado sus días; porque el joven morirá a cien años, y el pecador siendo de cien años será maldito. Y así como Cristo es la clave para nuestra comprensión de las Escrituras ahora, así será Él quien en ese día aplaste el mal con poder y justicia, y bendiga al hombre sometido a Su cetro.

Y Lamec vivió ciento ochenta y dos años y engendró un hijo; y llamó su nombre Noé, diciendo:  

Este [niño] nos aliviará respecto a nuestro trabajo y al cansancio de nuestras manos por causa de la tierra que Jehová ha maldecido. Y Lamec vivió después de engendrar a Noé quinientos noventa y cinco años, y engendró hijos e hijas. Y todos los días de Lamec fueron setecientos setenta y siete años; y murió (Gén. 5:28-31).

No hay duda de que compartir la posición de Cristo en lo alto en la casa del Padre es incomparablemente más, y esto tendremos quienes compartimos Su rechazo; pero es erróneo pasar por alto y peor negar la bendición que también derramará sobre la tierra, sobre Su antiguo pueblo, y sobre todas las naciones, en ese día de gloria.

No hay duda de que en la primera venida de Cristo y en Su obra infinita de expiación depende toda bendición para las almas ahora, y para gloria en los cielos y en la tierra en ese día, porque allí Dios fue glorificado en Él incluso con respecto al pecado, el obstáculo insuperable por sí mismo. Pero mientras reconocemos esto plenamente y encontramos ahora en Él vida, paz, gozo, libertad, relación con Dios como hijos y unión con Él mismo nuestro Cabeza glorificada, a través del Espíritu Santo dado, tanto más deberíamos ser liberados de todo obstáculo y testificar con poder desde arriba Su venida, no solo para llevarnos arriba, sino para ejecutar juicio sobre un mundo culpable y una cristiandad aún más culpable, y para bendecir gloriosamente a la tierra e Israel y todas las naciones; tanto más cuanto vemos acercarse el día.

No necesitamos detenernos más en Noé ahora, pero solo observar lo que se nos dice en Génesis 5:32:  

Y Noé tenía quinientos años [hijo de 500 años], y Noé engendró a Sem, Cam y Jafet.

Shem es nombrado primero, no porque fuera el mayor —que lo era Jafet— sino porque está en la línea directa de las bendiciones de Israel.

Obtenido de https://www.presenttruthpublishers.com

Traducido con permiso.