El Señor Jesucristo Mismo Como el Único y Verdadero Centro de Reunión Para Los Creyentes.

Últimamente he comenzado a tener cierta cercanía con algunos cristianos que he conocido en algún punto en el tiempo pasado, cuando permanecía en las denominaciones y también a otros a quienes he conocido más recientemente, que participan en diferentes agrupaciones cristianas. Me he dado cuenta de que, al menos unos pocos, están siendo ejercitados en relación al lugar en el que se encuentran y otros pocos buscan un nuevo lugar en donde poder reunirse.

Al ver esta necesidad, he comenzado a orar, y he sentido en mi corazón el impulso de parte del Señor, de escribir unas breves líneas sobre este tema, con el fin de ayudar al amado pueblo de Dios. Este esfuerzo requiere de un ejercicio espiritual de nuestra parte, como el que tuvo Esdras cuando se postró ante Dios -vuelto a Jerusalén- y dijo “te pedimos un camino recto para nosotros y nuestros seres queridos”. Nosotros también estamos implicados en esto, porque quién sabe dónde van a ir a parar nuestros pequeños. Creo que podemos confiar en Dios para nuestros pequeños si le damos a Dios la gloria, y le damos a Cristo Su lugar, porque ahí está el principio doméstico de las Escrituras. 

Muchos cristianos, aunque se reúnan con otros en grupos, grandes o pequeños, siguen sintiéndose solos. Hay algo en lo profundo de su alma que no termina de ser satisfecho, una desconexión que no se soluciona simplemente con estar rodeados de otros creyentes. De allí pueden surgir varias preguntas tales como: ¿Por qué estoy donde estoy? ¿Estoy en el lugar correcto? ¿Debería buscar otro lugar en donde reunirme? y si es así ¿Qué es lo que debo buscar? y ¿Con quiénes debería reunirme? Todas ellas son preguntas lícitas en sí mismas, pero creo personalmente que no alcanzan a llegar a la raíz del asunto. A menudo puede tomar algún tiempo y ejercicio de alma para finalmente llegar a la conclusión de que esas no eran las preguntas correctas.

Avanzará más profundamente, hasta llegar a un punto de inflexión: comprenderá que la verdadera pregunta, la que realmente importa no es “¿Qué debo buscar?”, sino: “¿A quién debo buscar?” Y entonces uno se dirá, ¡Sí, esa es la pregunta correcta! no era “Qué buscar” sino “A quién buscar”. Porque no se trata de cosas, lugares o grupos, sino de Una Persona. Sin duda, ese será el resultado de los ejercicios de Dios el Espíritu Santo operando en el alma, cuya obra es precisamente reunir a cada cristiano en torno al único centro que  congrega: La Persona de nuestro bendito Señor Jesucristo. Cualquier otra respuesta resultará completamente insatisfactoria para el alma. 

Podría encontrar a muy buenos cristianos en uno u otro lugar, podría encontrar un lugar donde se prediquen un conjunto de verdades doctrinalmente sanas,  e incluso donde haya creyentes con grandes dones y capacidades. Sin embargo, lo que el alma y la nueva naturaleza verdaderamente anhelan y suspiran es encontrar a Su Señor. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mateo 18:20)

Nunca debemos contentarnos con menos, solo Él es digno de ocupar el primer lugar en nuestros corazones. Tenerlo a Él es tenerlo todo. 

La siguiente cita de Lucas 22:7-21 puede ser de ayuda para nuestro tema: 

Llegó el día en que se debía celebrar la Pascua, y Jesús le indica a Pedro y a Juan que preparasen la Pascua,  ¿Dónde quieres que la preparemos? fue la pregunta que aquellos discípulos le hicieron al Señor.  

¡Qué lección tan valiosa para nosotros fue la actitud de estos dos discípulos! Fíjate bien: ellos no tomaron la iniciativa en este asunto, no tenían pensamientos previos, no dijeron: Señor, conocemos un par de lugares que podrían ser apropiados para celebrar la Pascua, ¡No! Ellos no actuaron por cuenta propia, no hicieron su propia voluntad. En cambio, dependieron totalmente de la dirección del Señor en un asunto tan importante. Y Su respuesta no tardó en llegar.   

El Señor les mostró Su voluntad, anticipándoles lo que habría de suceder al entrar en la ciudad. Les dijo que les saldría al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua, y que debían seguirlo hasta la casa donde él entrara. 

Notémos el detalle de la instrucción. El Señor ya sabía exactamente en qué casa se celebraría la Pascua. Bien podría haberles dicho, vayan a tal dirección, a tal casa, y encontraran a tal persona, pero Él no lo hizo así. ¿Por qué? Creo que esa es una buena pregunta. Tal vez fue así porque ellos debían seguir las instrucciones al pie de la letra. Lo que se requería era obediencia y dependencia del Señor. 

Así obra el Señor con nosotros. Primero nos muestra Su voluntad, nos da instrucciones, y espera pacientemente que obedezcamos. Y cuando lo hacemos, Él claramente nos dará luz y fuerza para dar el siguiente paso. 

Así fue también con el llamado personal que Dios le hizo a Abraham, cuando le dijo: Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. El llamado para su alma debía ser supremo, y nada más que la obediencia podía satisfacer las demandas de Dios y el llamado de Dios para andar en un camino de separación. Pero tanto él como nosotros muchas veces tardamos en responder, debido a los lazos naturales que nos atan. 

El siguiente extracto, basado en una de las ocho comunicaciones registradas que Dios dio a Abraham, puede ser de gran ayuda:

Nótese que “Taré tomó a Abram su hijo”. Jehová no había llamado a Taré, pero él actuó como si hubiera sido llamado, y con ello enturbió el llamado. Él no era ni el sujeto del llamado, ni poseía el carácter. Involucrarse con tales es obstaculizar el llamado en aquellos que en sí han sido llamados. Lot, el nieto de Taré, tampoco había sido llamado a este camino de separación, pero Taré lo llevó también. Parece que Taré deseaba ir, pero a medias, y Lot lo acompañó también.

Abram vivió en Harán durante un tiempo, hasta que su padre murió, cuando Abram tenía 75 años (Gén. 12:4). Y fue en ese momento cuando finalmente Abram obedeció plenamente el llamado al camino de separación. 

Volviendo a nuestra porción, vemos a los discípulos obedeciendo las palabras del Señor. En su camino hacia la ciudad, tal como el Señor lo había dicho, se encuentran con el hombre que llevaba el cántaro de agua. Y para tener éxito en su búsqueda, ya sabían lo que debían hacer: seguirlo, ¡Qué instrucción tan simple y clara para la fe! La Escritura, en este caso, como en otros similares, guarda silencio sobre el nombre del hombre del cántaro, dejándonos disfrutar de la sabiduría Divina en ello. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber. (Juan 16:13-14)

“Un hombre que lleva un cántaro” – el hombre es un símbolo, una imagen que representa a Dios el Espíritu Santo, porque es la persona que tiene el poder, el cántaro, por sí mismo no tiene poder alguno, pero lo que lleva es agua, y el agua es un símbolo de la Palabra de Dios. Es el Espíritu, quien toma la Palabra, coloca esa Palabra en un cántaro vacío, carente de poder propio—Y el Señor utiliza esto para contestar la respuesta. El Espíritu hará la obra, y él tendrá un cántaro con agua. 

Por el versículo 11 podemos deducir que la casa a la que entraron era el hogar de un creyente, notado por las palabras “el Maestro te dice ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos?” El hombre de aquella casa sin duda alguna conocía personalmente al verdadero “Señor” y “Maestro”. Y ¡Qué maravilloso privilegio fue para él servir de esa manera a su Señor! Tal como exclamó David: Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos. (1 Crónicas 29:14).

Entonces él os mostrará un gran aposento alto amueblado; preparad allí. No había mucho que hacer: el aposento era lo suficientemente amplio, lo que sugiere que cada verdadero creyente tiene un lugar allí. Era alto, es decir, no conectado con las cosas de este mundo, sino con las celestiales, que es justo nuestra verdadera esfera de adoración Cristiana. Estaba amueblado, sugeriría el pensamiento de que allí se encontraba la mesa del Señor y sobre esa mesa, la Cena del Señor, y por ende la misma presencia prometida del Señor. (Mateo 18:20).

La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz. (Mateo 6:22)

Cuando posando nuestros ojos únicamente en la persona de nuestro Señor Jesucristo, todo se vuelve más claro que el sol al mediodía. Las nubes pronto se disipan, y el cristiano puede seguir con paso firme a Su Señor, sin tropiezo ni confusión, guiado por la luz que solo Él puede dar. 

Ruego al Señor que estas pocas y débiles palabras puedan ser de ayuda para el amado pueblo de Dios.

El lector puede profundizar mucho más estas verdades en los siguientes enlaces:

Practicando la Verdad del Un Cuerpo.

Un Solo Lugar

C.F

17/04/2025